Opinión | Extremadura desde el foro

Atractivo y riesgo en la vieja Europa

Mientras trabajamos en una continua ampliación de nuestros derechos (un objetivo sin duda deseable) olvidamos que hay que sostenerlos económicamente

Bandera de la Union Europea

Bandera de la Union Europea

Cuando en Europa empezamos a quejarnos de todo tipo de inmigración es que, quizás, nos hemos excedido en eso de mirarnos el ombligo. Por todo el continente, bajo diversas formas, vemos reacciones de queja -más o menos afortunadas- sobre la inmigración ilegal. Sí, pero no termina ahí. También se ciernen sobre el turismo, la «invasión» de inversores o las obligaciones medioambientales. Algo que habla de la inconsciencia de Europa sobre su propio lugar en el mundo actual.

La posición de privilegio del viejo continente nace de nuestros altos estándares regulatorios y de la consolidación del estado de bienestar. O lo que es igual, de un sistema garantista que, por sí mismo, nos convierte en un destino atractivo ¿Cuál es el origen de estos esquemas? El crecimiento económico sostenido y el desarrollo de las libertades democráticas. Pero, en contra de la opinión mayoritaria, no son un trabajo inconcluso, sino un sistema a defender. Ambos ni pueden darse por sentado ni están perennemente asegurados.

Europa parece ser la única no consciente de su debilidad, perdida en debates internos, en ocasiones meramente políticos, y en el laberinto de una desunión. Como si existiera una continua desconfianza hacia un futuro común. Y el resto del mundo, lo sabe.

Europa parece ser la única no consciente de su debilidad, perdida en debates internos, en ocasiones meramente políticos, y en el laberinto de una desunión. Como si existiera una continua desconfianza hacia un futuro común. Y el resto del mundo, lo sabe.

Mientras trabajamos en una continua ampliación de nuestros derechos (un objetivo sin duda deseable) olvidamos que hay que sostenerlos económicamente. Nicolai Tangen, el primer ejecutivo del fondo soberano de Noruega (uno de los grandes inversores globales) puso recientemente el dedo en la llaga: Europa trabaja menos, está hiperregulada y muestra una alta aversión al riesgo. Como todas las verdades, puede doler. Caben, claro, matices; lo que en ningún caso evita que sea una cruda descripción de la economía europea.

El conflicto en Ucrania nos enfrentó a la realidad de nuestra dependencia energética. Los cuellos de botella logísticos, a comprobar que la deslocalización de nuestra producción nos puede convertir en rehenes de terceros. Las grandes tecnológicas, en Estados Unidos. La industria de componentes, en Asia. Y cuando nos enfrentamos a la inteligencia artificial, la próxima revolución económica, nuestro primer impulso ha sido regular.

No se trata de comparar, ni de cambiar nuestra forma de vida, en la que el trabajo es sólo una parte de la vida. Para mantener el presente estatus, debemos fomentar nuestra sostenibilidad económica: avanzar en la integración de mercados, buscar una mayor productividad, aprovechar las oportunidades receptores de inversiones. Hay un evidente freno en la omnipresencia del sector público, especialmente en países como España, Francia o Italia. Tenemos menos margen en la política fiscal porque vivimos en déficit permanente. Es más complicado que las empresas europeas crezcan, porque el fallo se castiga por las legislaciones de insolvencia, fundamentalmente por las prerrogativa otorgadas a los organismos públicos acreedores. El mayor riesgo, con todo, es nuestra propia complacencia. n