Opinión | Editorial

¿Para cuándo ‘la hora’ de Extremadura?

De nada sirve hablar de recursos, de proyectos, si luego existen obstáculos descomunales para la circulación de mercancías y viajeros

Esfuerzo. Fue una de las palabras más repetidas a lo largo de la entrega de los Premios Turismo en su octava edición, que este año acogió Madrigalejo, localidad a la que se alabó por el esfuerzo para una gala brillante. Esfuerzo por su buen hacer, el de los premiados, que son la savia que alimenta el progreso del turismo en Extremadura. Y esfuerzo, también, el de los cientos de miles de viajeros que acuden cada año a comprobar por sí mismos todos los atractivos que encierra Extremadura, porque llegar hasta esos paraísos del turismo interior puede convertirse en toda una odisea.

El sector turístico pide mayor promoción, siempre necesaria, pero también mejoras en la movilidad. Una demanda, por otra parte, extensible a cualquier otro de los ámbitos empresariales implicados en la carrera por el futuro de Extremadura. Porque de nada sirve hablar de recursos, de proyectos, si luego existen obstáculos descomunales para la circulación de mercancías y viajeros. Todo ello producto una deriva arrastrada, como un lastre, desde hace siglos. Lo que une, en estos momentos, a los extremeños y a todos los interesados en invertir en una tierra que es rica en recursos y materias primas, pero pobre en la traducción industrial y, por tanto, de empleo y riqueza, es la demanda de unas conexiones dignas. Y esas conexiones no existen por culpa de cual o tal partido, no. En esta demanda hay muchos responsables. Son los mismos que siguen empeñados en destinar recursos a los territorios que, en la historia más reciente, han figurado en los primeros lugares de los rankings de desarrollo. Los polos construidos con la inversión privada, pero también con la pública, a los que han emigrado los españoles nacidos en los territorios alejados de esos grandes ejes. Gran parte de ellos, extremeños, que emprendieron camino del País Vasco, Madrid o Barcelona. Ese capital humano contribuyó de manera indiscutible a la prosperidad de las grandes urbes que siguen acaparando recursos y riqueza. Y debería ser considerado como parte de la deuda histórica a saldar con la comunidad extremeña.

La ordenación del territorio es un argumento utilizado por expertos y administraciones cuando se aborda la gestión de recursos en las regiones acuciadas por la despoblación y la dispersión de sus habitantes. Pero nunca termina de abrirse el melón de un ordenamiento territorial que entrañe justicia social y económica a nivel estatal. Esto es, reparto ponderado de recursos públicos.

A Extremadura la atraviesa una autovía, la Ruta de la Plata, que es el único eje norte-sur para viajeros y mercancías. Que se encuentra sobresaturada por falta de alternativa y por la que aumenta, progresivamente, el tráfico pesado. Y hay más: las dos capitales de provincia, Cáceres y Badajoz, siguen sin estar unidas por autovía. De las siete carreteras más peligrosas de España, dos se encuentran en la comunidad extremeña. Una de ellas es el tramo en la comunidad del trazado de la N-340, que conecta Almadén (Ciudad Real) con Mérida (Badajoz). Es la segunda más peligrosa en la clasificación de RACE y conocida también como Carretera de la Muerte por su elevada siniestralidad. La N-432, que conecta Badajoz con Andalucía, es la cuarta con más accidentes mortales. El pasado mes de abril la Asamblea aprobó por unanimidad, una rareza en estos tiempos políticos, instar al Gobierno para su desdoblamiento. Pero tanto este Gobierno como los anteriores, con uno u otro signo político, siguen sin variar esa deriva de la inversión pública. Dinero llama a dinero, parece, y eso hace que muchos se pregunten cuándo llegará la hora de Extremadura.

Cuando se cubrirán necesidades en carreteras o en alternativas de transporte. Porque el aeropuerto de Badajoz se queda pequeño en cuanto a destinos y horarios. Abundan más las incidencias, muchas de ellas por carecer de un sistema antiniebla. En cuanto a la eterna promesa del AVE, lo que se constata por parte del usuario es el «pájaro» ferroviario de bajo y accidentado vuelo. Confiamos en que las obras, que actualmente alteran, aún más, la comunicación por tren en la región, se traduzcan en mejoras manifiestas. Pero poco podemos celebrar, de momento, con la incorporación del nuevo Alvia, un tren de segunda mano para una vía de construcción demasiado lenta y una ampliación de servicios raquítica.

En contraste, Portugal sigue ofreciendo lecciones de las que debería extraer conclusiones España. Extremadura es región y esa condición rayana le otorga acceso a fondos europeos adicionales. Extremeños y portugueses trabajan, compran o hacen turismo a uno y otro lado, con absoluta naturalidad. Y las instituciones lusas saben que regiones como Extremadura son la puerta de conexión con Europa. Las obras del AVE del otro lado de la frontera avanzan con mayor velocidad. Lisboa lo tiene claro. Por el contrario, a este lado de la Raya cabe un mayor impulso en esa colaboración transfronteriza. Tal vez haya que dejar de mirar tanto a Madrid y acercarse más al horizonte de la desembocadura del Tajo. La salida marítima para la producción extremeña puede ser el puerto lisboeta, uno de los que más tráfico registran en Europa.

Quizá la hora de Extremadura tenga que llegar por esa doble vía: la exigencia de reivindicaciones históricas en infraestructuras al Gobierno, pero también la colaboración activa con Portugal, también en materia de transporte.

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