Opinión | Textamentos
Antes que anochezca
Estos días he satisfecho una deuda que tenía conmigo mismo y que, por motivos que ahora no sabría desentrañar, había postergado durante dos décadas: leer Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas (1940-1993), escritor cubano de intensa vida del que tanto he oído hablar.
Sea porque se encontraba en estado de gracia, o porque escribía a flor de piel a sabiendas de que el sida había firmado su sentencia de muerte, Arenas nos dejó en testamento un libro redondo y crepuscular, durísimo, sincero y cercano, que no caerá nunca en el olvido.
En él repasa sin inhibiciones su existencia de outsider desde que nació en el verano de 1943 en Aguas Claras, provincia de Holguín, hijo de una madre soltera a quien el padre de Reinaldo abandonó para no regresar jamás.
Reinaldo Arenas. Escritor, homosexual y disidente, era el candidato ideal para recibir la persecución de Castro y su dictadura tentacular, de amplio espectro, que decidía hasta el más mínimo detalle lo que un cubano podía o no podía hacer y pensar.
La infancia en una casa donde convivía con numerosos primos y tías —también abandonadas por sus parejas— bajo el gobierno de la abuela, la pobreza, el sexo desenfrenado, la búsqueda de la libertad en un entorno alienante, la crítica a la dictadura (encarnada por Batista primero, y después por Fidel Castro) y el oficio de escribir a toda costa, en su caso considerado una actividad contrarrevolucionaria, son algunos de los temas centrales de esta autobiografía de última hora.
Escrito con un lenguaje seco y directo —nada que ver con el barroquismo de su amigo Lezama Lima—, Arenas ajusta cuentas contra todos aquellos (políticos, ciudadanos y compañeros de oficio) que renunciaron a sus ideales para no ser victimizados o para medrar en el férreo comunismo, importado de la URSS, que asoló a la isla.
Escritor, homosexual y disidente, era el candidato ideal para recibir la persecución de Castro y su dictadura tentacular, de amplio espectro, que decidía hasta el más mínimo detalle lo que un cubano podía o no podía hacer y pensar.
La denuncia contra el régimen totalitario que leemos en Antes que anochezca, publicado en 1992, tristemente no ha perdido un ápice de actualidad.
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