Opinión | Tribuna

Europa ahora y siempre

El desinterés que parece reinar ante las próximas elecciones al Parlamento europeo hace pensar que la europeidad, la idea que empuja a nuestro continente hacia un destino común de libertad y bienestar, se está gripando. Algunos creen que ha comenzado el derribo de Europa. Sin embargo, es todo lo contrario. Unos nuevos comicios suponen que la Unión sigue viva y que es el momento de procurar su renovación, de cambiar lo que no nos gusta.

La puesta en práctica de los principios de libre circulación de personas, capital y mercancías ha representado para Europa, y especialmente para España, un gran periodo de crecimiento y bienestar. A pesar de este éxito, los partidos y movimientos populistas no lo quieren reconocer. Una de las razones por la que los eurófobos cuestionan a la Unión Europea es el marasmo de confusión producido por la internacionalización de la economía y el temor a no poder controlar determinados procesos, entre ellos, la emigración.

Los euroescépticos están en ascenso porque se aprovechan de los fracasos de algunas políticas europeas. Y el ciudadano de a pie continúa viendo lejos a Europa. De ahí que las políticas populistas estén calando en amplios sectores.

Sin embargo, hemos de reconocer que hemos superado con buen pie una de las peores etapas de los últimos tiempos. La consumación del Brexit planteó problemas económicos, jurídicos y políticos. En lo que atañe a la UE, todos han podido resolverse o están en vía de solución. Hay más arrepentidos entre los británicos que ven cómo su país tiene dificultades para recuperar su anterior etapa de esplendor y existen movimientos sociales que cuestionan la ruptura y abogan por volver a la integración. Los jóvenes, que mayoritariamente votaron por la permanencia, se quejan -y con razón- de que esta decisión ha lastrado su futuro. Este hecho debe servir de aviso a los euroescépticos.

Es cierto que Europa solo ha sabido navegar con buen rumbo cuando su timón lo han manejado grandes líderes. Ahora parece que los políticos, menos carismáticos, declinan arrostrar las cuestiones más comprometidas y las demoran en el tiempo. Aquí es donde nuestro voto puede ser decisivo para procurar un cambio de rumbo.

En la construcción de Europa ha prevalecido casi siempre la estrategia funcionalista frente a la denominada «constitucionalista», que preconiza construir una organización política de tipo confederal, con un poder más autónomo y un parlamento plenamente legislativo. Si no sabemos entender las bondades del proyecto común, si no defendemos lo que Europa representa, probablemente estaremos condenados a revivir periodos de contrastes y confrontaciones.

La respuesta está en avanzar hacia la Europa de los ciudadanos donde exista un auténtico gobierno continental con autonomía y capacidad para gestionar políticas de cohesión social. Debemos hacer más cercanas y transparentes las instituciones europeas. La ruptura de Europa es una idea impensable. De todas las crisis nacen oportunidades. En momentos cruciales los ciudadanos debemos saber jugar nuestras bazas, entre ellas, hacer que Europa vuelva a enamorarnos.

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