Estreno del Stone&Music

Isabel Pantoja, emperatriz de Mérida

No te puedes ir de este mundo sin ver a la voz de España y América

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Bajo la valva regia desfila de oro Isabel Pantoja ante los ojos de Livia, la que fuera mujer de Augusto y madre del emperador Tiberio. Tuvo Livia un protagonismo que ninguna otra mujer había tenido antes en la sociedad romana. Nadie, ni el final de la República ni el Principado, restaron bravura y veneración a la quien bajo el dintel del Teatro Romano de Mérida está representada como la Diosa Ceres.

Desfila Isabel como lo hizo Livia, como lo hicieran las cuádrigas de los generales de Roma cuando entraban triunfalmente en las ciudades mientras la orquesta dirigida por el director Víctor Eloy conmemora el gran acontecimiento del Imperio: el Stone&Music, un festival (ya el noveno) que ha regalado este año a Avgvsta Emerita una luz de atardecer cobrizo en este primer sábado de junio donde ya asoma el verano antes de que las hogueras de San Juan reclamen su fuerza sanadora a orillas del Guadiana.

Isabel Pantoja y Soraya Arnelas juegan juntas y ganan la Champions en Mérida

Jorge Armestar

El concierto, con la presidenta de la Junta, María Guardiola, como testigo tras su recuperación en la UCI, se abre como cuando se abren los toriles de la plaza y la mujer que ha sido historia de este país, reina indiscutible de la canción española, tonadillera de tronío, todo en uno y mucho más, ya está ‘embrujá’ por el querer de un público que se rinde a sus pies. «Tu amor con fe yo venero, por él no sé lo que haría, tu amor ‘pa’ mí es lo primero, ay, yo te quiero, yo te quiero, vida mía...». Las legiones de fans corean junto a su diva: ‘Sí, sí, sí, Pantoja es lo que hay’. Y ella, con sus peinas y sus broches, mueve el vestido como una bata de cola para celebrar sus 50 años en la música.

Isabel, mucho más que una cantante. Comenzó a los 15 y es madre del ‘Garlochí’, la canción que para ella escribieran el célebre cacereño Juan Solano Pedrero y su amigo Rafael de León en 1975. ‘El Garlochí’, cantado la noche del sábado a trío en el Romano de Mérida con Soraya Arnelas y Anabel Pantoja, es el nuevo descubrimiento de instagram tras haberse convertido en hit de los poperos. Aunque lo cierto es que en la España de la Transición triunfaba la artista en El Corral de la Pacheca, en las noches de humo de tabaco, coñac y whisky cuando Lauren Postigo era el ‘chele’ de los viernes en Televisión Española y la tonadillera volvía locos a los claveles al ritmo de ese ‘corazón’ del lenguaje calé que hoy se ha vuelto viral y que por eso Isabel lo representa con las manos. «Ven y espérame, ven junto a mí y te daré mi garlochí, pan tostaito, migaito con café». Y la cavea y la orchestra se vuelven lila y torbellino.

Tan pronto es trigo como ‘María Fernanda, la señorona’. Dicen que en el canal de su boca vino un canario a beber, que sus ojos son dos candiles que se disparan como fusiles. De noche viene a tu encuentro, ciega, medio loca, que quiere pecar contigo, que eres su amigo y su Dios. La única folclórica de este país que se vistió de Travolta gracias de nuevo a la varita mágica de Solano y Rafael: «Brillantina a lo Travolta, pantalón ancho y sin volta, con botitas mocasín. El señorito, nadie sabe ni se explica si es muy macho o es marica, para amar es indistín». Ay Isabel, ay la copla, que nunca fue dictadura, que siempre fue libertad.

Estratoférica Isabel

Estratosférica Isabel, lleva el grito en las entrañas y da categoría al cante. Que piensa con el corazón más que con la cabeza. ‘Ay, ay, ay, Pantoja es lo que hay’, y agarra el abanico y se va por sevillanas, que «en tu capote de seda, esperanza quiero ser, buscando siempre tu gloria, prendía de mi querer». Pasa la primavera, se va el verano, caballo de rejoneo, de inigualable contoneo, que no sabe si es la edad, si es el tiempo o el dolor. Va y viene con el pinganillo y es torrente y es color, y es la voz en español. «Ay, Dios mío de mi alma», confiesa Isabel, «apostólica y romana, y almonteña, y de Sevilla trianera, del Tardón, y de España» a mucha honra, que lo mismo torea por bulería, que por fandango y seguiriya.

Toca con sus manos la gloria, y se excita, y se llena, y se exalta. «Veneno, aunque fueras un veneno. a mí me resultas bueno». Y enseguida tira de Juan Gabriel, el otro compositor con el que conquista la capital de la antigua Lusitania. «Por eso aún estoy en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Para que tú al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer y nunca más dejarnos». Hasta que se apague el sol., hasta que se acabe agua, si tú me dices ven, lo dejo todo.

Miles de móviles. Sófocles, Esquilo, Plauto y Terencio, todos a una: «La que un día bajó del cielo y se quedó en mi tierra, un milagro ha sido. Porque Andalucía es la rosa que escogió la hermosa Virgen del Rocío». Viva la Madre de Dios, y Viva el Madrid, que ha ganado la Champions y un coro de cohetes vibran con Isabel fuera del Romano y la acompañan en este viaje de medio siglo de música.

Claro que ‘Marinero de luces' es mucho más que un disco. En él retrató José Luis Perales la vida de la artista tras la cogida mortal que su marido, Francisco Rivera Paquirri, sufrió la tarde del 26 de septiembre de 1984. Llegó en las postrimerías de la triunfal carrera de la figura del de Zahara de los Atunes. Aquella dramática cornada de ‘Avispado’ sesgó la vida de Paquirri y melló en el corazón de una España que reconocía a los matadores como un signo inequívoco de su acervo histórico y cultural.

«Se me apagó la voz aquella tarde, y no me queda nada que decir. Tan sólo recordar que un día fui volcán entre sus brazos, que me llenó de amor y puso mil caricias en mis manos. Pero todo acabó, ya todo terminó y quedan mil heridas en el alma». Isabel se sienta junto al piano. «Olvidaste que yo, gaviota de luna, te estaba esperando. Y te fuiste meciendo en olas de plata, cantando, cantando, te embrujó aquella tarde el olor de azahar». Isabel piensa en Paquirri, en el hombre que partió su universo en dos. Que Isabel es un poco la sal y un poquito la arena, que se le enamora el alma, a pesar de la dudas, a pesas de las lágrimas. El fuego está encendido, la leña arde.

La orquesta es un coro de gospel. Tremendísima Isabel. Perdona si te hago llorar, perdona si te hago sufrir, pero es que no está en mis manos... Trompetas y saxofones la rodean y ella baila como quien baila un requiebro, porque es flamenco, guitarra, caderas y son. «Enamórate. Enamórala. Enamórense». Enamórense, canta Isabel. Que nadie puede irse de este mundo sin ver a la voz de España y de América. Casi tres horas de concierto y Livia, la que fuera mujer de Augusto, muere de envidia porque bajo el dintel del Teatro Romano triunfa el poderío de Ulpia Severina, esposa de Aureliano, encarnada en Isabel Pantoja, diosa y emperatriz de Mérida.

Suscríbete para seguir leyendo