Opinión

Confidencial

Un aula con alumnos.

Un aula con alumnos.

Llegué al sindicalismo huyendo del sindicalismo, descreído de los sindicatos tradicionales, cuyas estructuras funcionaban como simples gestorías, como extensiones subvencionadas de la Administración. No ofrecían soluciones a los problemas del profesorado y no luchaban por mejoras laborales, solo se limitaban a languidecer es sus despachos y sedes sindicales y a compadrear dentro del perímetro cerrado de sus círculos de poder. Hoy día, lejos de mejorar la situación, nos encontramos con que la Administración y los sindicatos tradicionales se han acoplado por completo: «De aquellos polvos, estos lodos». Plenamente subvencionados y con la concesión de cientos de cursos de formación, su función sindical está manejada por intereses, por servidumbres, por simulaciones, por actos hipócritas encaminados a la apariencia. Los poderes fácticos les agradecen esta metamorfosis y los protegen. Una relación osmótica mutuamente beneficiosa y excluyente por las que unos les cubren las espaldas a los otros.

El sindicato PIDE nació como respuesta a la gigantesca dejación de funciones de los sindicatos tradicionales, y a su cada vez más íntima y dañina cercanía con la Administración. Nos erigimos en el antídoto al veneno inoculado en el sistema circulatorio sindical por el Gran Hermano, que al más puro estilo orwelliano, pretendía –y pretenderá siempre– ejercer el control de todo lo que le rodea. Tomamos el pulso a la realidad, dimos un golpe en la mesa y nos pusimos a trabajar por los docentes de la Educación Pública. Largos años de lucha en donde acumulamos infinidad de objetivos conseguidos, en muchos casos a través de demandas judiciales, que han mejorado las condiciones laborales de los docentes.

Aquellos primeros años de PIDE, de sindicalismo emocionante y auténtico,sentaron las bases de lo que hoy somos: un sindicato no subvencionado que no rinde pleitesía a ningún gobierno, a ninguna ideología; solo rinde cuentas ante los docentes de la Educación Pública. Por aquel entonces éramos jóvenes, impetuosos e idealistas, pero también responsables, juiciosos y motivados. Teníamos la ciega esperanza de que desde la atalaya sindical podríamos hacer saltar los resortes anquilosados de una Administración ensimismada en su propio letargo, perdida en el laberinto de papeleos excesivos y formalidades superfluas.

Largos años de lucha en donde acumulamos infinidad de objetivos conseguidos, en muchos casos a través de demandas judiciales, que han mejorado las condiciones laborales de los docentes

Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que, quizá, no debí entrar en el sindicalismo, porque en todos estos años de función sindical he advertido lo sucio que está el sistema a todos los niveles: sindical, judicial, político… La organización sindical en la que milito está alejada de toda esa contaminación, lo que no es óbice para tener la certeza de que hubiera sido feliz ignorando larealidad de miseria que nos atenaza, que vista desde lejos se intuye perversa, pero que si te acercas puedes advertir sus verdaderas y colosales dimensiones. Para abundar más en el desaliento, no albergo esperanza en el cambio, porque el ser humano es básicamente perverso, íntimamente corrupto.

Y con un poco de poder en las manos se puede convertir en lo que tantos se han convertido a lo largo de la historia: en unos monstruos carentes de empatía y capaces de transgredir todas las leyes humanas y divinas, aunque a sí mismos se perciban, igual que su cómplice entorno de camaradas y correligionarios, como ciudadanos respetables.

La democracia la han convertido en un thriller distópico trufado de tinieblas en donde todos los actores que la han empujado a ese pozo se encuentran a gusto en su papel, se sienten afortunados de poder utilizar su poder e influencia según sus intereses y al dictado de sus mentores. Para ellos, los actos injustos forman parte de la estrategia infame con la que flagelan a quien les causa molestias.

Una persona, una organización, una asociación…, puede tener la razón de su parte, puede demostrar la verdad con documentos oficiales incontestables, tener la normativa vigente a favor, da igual; si deciden en sus conciliábulos que no tienes razón, no la tienes y solo te queda, como mucho, el derecho al pataleo, porque todo está orquestado para que el señalado quede atrapado en una tupida red tejida por los poderes que conforman el sistema estatal y autonómico.

A todos aquellos que han convertido la democracia en una pantomima (independientemente de la ideología que tengan), yo les profeso una aversión sin límites.

Aunque, aplacado por la edad, me dan igual todos ellos, si acaso me inspiran una tremenda pena y la certeza absoluta de que su Dios, si tienen la mala suerte de que exista, los desterrará sin piedad a lo más profundo del infierno. Todos, ellos saben bien quiénes son, se verán allí. ¡Qué tiemble el diablo!

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