Rugby

María y Rocío, menores y adictas al rugby

Se llaman María Pérez y Rocío Hernández y son, exceptuando tres niñas de la escuela, las dos únicas chicas menores de edad que están en el CAR Cáceres, equipo referente en el rugby extremeño. Siempre han jugado con y contra chicos, disfrutando al máximo. Ahora eso peligra porque no lo permite la federación de Castilla y León para la categoría sub-18.

María Pérez y Rocío Hernández charlan antes de un entrenamiento, hace unos días.

María Pérez y Rocío Hernández charlan antes de un entrenamiento, hace unos días. / Carlos Gil

Javier Ortiz

Javier Ortiz

María Pérez Villarraso y Rocío Hernández Franco tienen 17 años. Como en esos libros juveniles que te llevan de una página a otra, eligieron su propia aventura, pero de un modo disruptivo. En vez de gimnasia, voleibol o baloncesto, esos deportes considerados a menudo y cruelmente «de niñas y para niñas», escogieron el rugby. Son las dos únicas menores de edad en su categoría dentro el club referente a nivel regional, el CAR Cáceres. Llevan un largo tiempo entrenando y jugando con chicos, disfrutando al máximo de una actividad que, como les gusta presumir a los del rugby, es mucho más que un deporte. Más bien una forma de vivir, de sentir.

María se enamoró antes. Sin precedentes en su familia con balón oval, un buen día, con diez años, le coincidió en televisión un partido de rugby 7 femenino de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Era una mica de diez años, pero ya no tuvo otra cosa en la cabeza que buscar el modo de emular a quienes salían de la pantalla, entre ellas la extremeña María Ribera, que despuntó a nivel nacional durante la pasada década entre melés y patadas a seguir.

«Me gustó y se me ocurrió la idea de probarlo. Se lo dije a mis padres y empezaron a investigar si había algún club en Cáceres. Resultó que era el CAR, que en su web anunciaba sin remilgos que era mixto. Pero cuando llegó a las pruebas ella era la única niña. ¿Se amilanó? Ni de broma. «Empecé a entrenar con los chicos y siempre he sido una más del equipo. Me encanta», proclama una y otra vez, con solemnidad y brillo en los ojos.

Han pasado siete años y todo lo demás quedó atrás, al menos a nivel deportivo. «Siempre me iba a jugar al fútbol con los chicos en el patio del colegio mientras mis amigas se iban a bailar o no directamente hacían ningún deporte», cuenta.

Genética rugbística

Estuvo así cinco años, compartiendo terreno de juego con niños que luego se convirtieron en adolescentes, amigos para siempre. Y entonces llegó Rocío y todo cambió sin que cambiase nada. Ella sí es una galga con casta. «Mi padre [Jonás] juega al rugby y mi madre [Fernanda] es hermana de un jugador argentino que jugaba en el CAR [Mariano]. Yo creo que estaba embarazada de mí cuando ya iba a los partidos a verles a los dos y yo también he ido mucho, pero la falta de una presencia femenina en el club me hizo no reparar en que yo también podía jugar. Así es que empecé tarde, en 2021», cuenta Rocío, a la que, llevándolo en el ADN, nadie tuvo que explicarle nada. «Me encantó porque no es como los otros deportes, algo que no te enseñan. Patinaje, ajedrez, baloncesto, danza… He probado de todo, hasta que he encontrado la tecla». Allí estaba María para ayudarla a integrarse («siempre estamos juntas en todo»), pero realmente no le hizo demasiada falta porque los chicos la recibieron también muy bien. «Siempre me han apoyado. A veces fuera hay algún comentario sobre que es un deporte de chicos, o de que el rugby femenino ni es rugby ni es femenino. Para nada», dice María.

Las dos jugadoras bromean en El Cuartillo.

Las dos jugadoras bromean en El Cuartillo. / Carlos Gil

Cada una tiene su estilo. «Soy delantera y suelo jugar en primera línea. A mí lo que siempre me ha gustado es el contacto. Me gusta ir a chocar, a placar, a las melés… Prefiero que contra mí vengan que más fuerte que con los demás», cuenta María. Rocío dice ser «siempre la que necesita el entrenador, ocupando varias posiciones». Ella va más allá en la cuestión del contacto físico. «Los chicos juegan igual de duro contra nosotras. Y no les perdonaría que no lo hiciesen, que fuesen más flojo contra mí por el hecho de ser una chica», sostiene.

Todo eso en un contexto que suena idílico. «Con mis compañeros es como una familia. Al principio les extrañó siendo la única chica, pero cuando me conocieron vieron que soy igual que ellos. Son mis mejores amigos. Salgo con ellos. Sabemos si a uno de nosotros le pasa algo, estamos el resto para ayudarles. Son parte fundamental en mi vida», diceMaría. Y es que «te acogen como si fueses un tío más, a ninguna de las dos nos tienen por separado», tercia Rocío. Coleccionó un momento inolvidable hace dos años, cuando en los prolegómenos de la final de la Liga Iberdrola disputada en El Cuartillo entre Majadahonda y Cocos Sevilla entregó el balón a los árbitros.

María, como su padre, quiere ser policía nacional. Y las notas le van bien. Sobre Rocío suele decirse que trabajadora y estudiosa, pero está teniendo sus problemas en un curso que califica de «complicado por no haber elegido bien la opción de Bachillerato». También ha estado intentando guerrear con un trastorno que también lleva al rugby: es disléxica, aunque sobre el campo ha acabado alimentando trucos que la ayudan a distinguir mejor entre la izquierda y la derecha. «Me gustaría hacer Ciencias del Deporte y hacerme profesora de secundaria. Y jugar profesionalmente al rugby, donde sea, porque vivir esa experiencia tiene que ser algo increíble», apunta María. Se intuye relevo: hay tres niñas sub-12 en la escuela del club.

La preocupación

Hasta ahora todo ha sonado sensacional, ¿no? Pero también hay nubarrones en este paraíso del deporte de bestias jugado por caballeros (y damas). Resulta que ninguna de las dos protagonistas podrá seguir jugando con sus amigos la próxima temporada en la categoría a la que acceden, la sub-18. El CAR Cáceres estará inscrito en las competiciones de Castilla y León, que ya no permite equipos mixtos a esa edad. «No puedo alejarme de los chicos con los que he estado jugando estos años», se queja María, que dice no entender lo que se está temiendo. «Conozco a chicos que están menos capacitados físicamente que yo. Me gustaría que me hiciesen unas pruebas que dijesen que no puedo. Solo se basan en que soy mujer», denuncia.

Rocío Hernández y María Pérez.

Rocío Hernández y María Pérez. / Carlos Gil

Rocío también tuerce el gesto cuando sale un tema que les está quitando el sueño y para el que han solicitado incluso un cambio en la normativa. «Con nuestro club no tenemos otra opción de jugar que no sea con los chicos y realmente es lo que preferimos», apunta.

Ambas ya han sido llamadas a concentraciones federativas de ámbito nacional y también por el Majadahonda femenino para probar su nivel real. ¿Las sensaciones? Buenas, pero esto no va a sorprender a nadie: «La verdad es que, acostumbradas a jugar con chicos, hacerlo contra chicas nos resulta sencillo», zanjan, como es habitual, sin complejos.

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