CONTRA DE SEXTA
Farragua, el asturmeño
Rosa María Garzón Íñigo
Va camino de seis años ya, que los pasos de un placentino se encaminaron al norte y allí fijó su residencia hasta el día de hoy, pero con sus raíces siempre presentes.
Natural de Plasencia, en cuya escuela de cocina dio sus primeros pasos, implementa su enorme corazón extremeño con todo lo bueno que Asturias le aporta y, más concretamente, Gijón. Este paraíso norteño rodeado de verde y agua como el nuestro, donde una Nube te acompaña diariamente y un Rayo de sol te devuelve la luz perdida, le regalan esa pura vida que siente y transmite a sus cocinados. Su esencia reúne la fusión perfecta entre sus tierras natal y de adopción, cuya fuerte química conforman su autodefinición: asturmeño, original identidad cargada del sentimiento de pertenencia y arraigo a sus orígenes, de los que se siente orgulloso y abandera allá donde va y al lugar que le ve crecer y desarrollar toda su creatividad, suma de mangurrino y culo moyáo.
Su apariencia quijotesca, coronada por su toque blanco plisado, le infiere un aspecto de sabio alquimista conocedor amante de lo suyo: el arte de los fogones, que practica en su acogedor restaurante, situado en el corazón de Xixón: Farragua, fruto de mucho esfuerzo y tesón. Más allá de un restorán, es el espacio donde su obra se abre al mundo y a los sentidos, para mostrar esa mezcla de territorios y concentrar, en un solo bocado, montones de Magdalenas de Proust de quienes tienen el privilegio de probar sus elaboraciones, sobre platos de ceniza de encinas y lodos asturianos. Lejos del desaliño, los detalles no solo decoran, sino que transmiten sus sentimientos. Encinas, olivos, higueras o sarmientos de alambre, hechos a mano por su madre y el alma de su padre, junto a las servilletas que él mismo cortó y cosió, dan paso a un auténtico festín gastronómico, servido por un exquisito equipo de profesionales perfectamente sincronizado, orquestado por su chef: Ricardo Señorán, quien, gracias a su sensibilidad, luces y sombras, consigue deleitarnos durante unas horas de inolvidable placer.
Un Sol Michelín avala su trabajo. Pero también una burrina tocada, logo de su novedoso proyecto culinario Arrieros: homenaje a aquellos comerciantes que recorrían con duro y sincero trabajo la Ruta de la Plata y cuyo espíritu consiste en conectar gentes y culturas a través de la comida y bebida de dicha ruta. Con menús como: de Jalamío, El Miajón, Asina o Mangurrino y saborear el sorprendente Badila Verata de postre y su puesta en escena, por ejemplo. Una auténtica catarsis.
Y es que, cuando algo se hace con tanto amor, sólo puede ser muy bueno. Pues como dijo A. Camus: “Crear es vivir dos veces”, así que, si podéis, id y vividlo.
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