CONTRA DE SEXTA

Docentes

Rosa María Garzón Íñigo

Para bien y para mal dejan huella en nuestro camino de por vida. Seguro recuerdas a alguien en especial grabado en tu memoria para siempre.

Su presencia, indefectiblemente, influye en nuestro crecimiento personal. Positivamente, dejando un sentimiento de eterna gratitud y si ha sido de forma negativa, un sinsabor difícil de borrar.

Profesionalidad y personalidad van de la mano, por lo que, dependiendo del tipo de persona que sea, así enseñará. Pues enseñar no es sólo saber, también implica saber ser. Al fin y al cabo ninguno elige al otro y ahí se da la grandeza: convertir el encuentro en un afortunado acontecimiento.

Por fortuna, la época de las bofetadas, capones, insultos o abuso de poder quedó atrás. Excesos violentos cuyo motivo, simplemente, podía sustentarse en una diferente interpretación de la realidad, no por errónea, sino por distinta a la esperada, pero tan válida como la suya. Sin detenerse a pensar que la compleja tarea de enseñar conlleva la maravillosa ventaja de aprender.

Darse cuenta de que la educación es, básicamente, hacer la vida del otro más agradable y recibir lo mismo; un intercambio de conocimiento donde la herramienta más poderosa para conseguirlo es la escucha, más allá de lo que los protagonistas digan, para lograr ver la verdad de la mirada de cada uno y su principal objetivo no debería de ser, exclusivamente, la transmisión de saberes, sino la ayuda necesaria para convertirnos en personas, no sólo más sabias, sino mejores.

Para ello no existe un método didáctico único y absoluto como las leyes educativas pretenden, sino tantos como docentes.

Ser maestro es enseñar, producir aprendizaje, aprender cómo se aprende para saber cómo se enseña y hacerlo desde el cerebro del que aprende. Y la educación, como indicara Sócrates, debe de basarse en el diálogo, el razonamiento crítico, la autorreflexión y el desarrollo del carácter moral.

Aquellos a quienes la vida ha ido empequeñeciendo su niño interior suelen, a su vez, empequeñecer sus habilidades y disminuir su generosidad limitando su imaginación, perdiendo de vista que su trabajo consiste en ser guía de quienes están en sus manos, pensar qué aprendemos de ellos y no sólo qué pueden enseñarnos, con el único objetivo de lograr que cada uno de nosotros crea en sí mismo y, en el proceso, ser capaces de despertar su curiosidad para atrevernos a tomar parte del mismo y, por supuesto, equivocarnos, con el fin de descubrir.

Que nunca perdamos ese aaaaaah que espontáneamente produce el asombro del descubrimiento y que, si es necesario, queridos maestros, os permitáis volver a ser niños y reconoceros, recuperar la ilusión que presupone la vocación. Pues lo que nos mantiene vivos es lo que nos queda por descubrir.

¡Feliz día!