Opinión | Desde el umbral

Límites

La degradación moral ha acabado en insensibilización generalizada

Un adolescente con móviles.

Un adolescente con móviles.

En nuestros días, a veces da la sensación de que no hay barreras infranqueables que limiten a los seres humanos para mostrarse o manifestarse como auténticas bestias. Cada vez resulta emocionalmente más dañino acercarse a los informativos, a las redes sociales o a multitud de productos audiovisuales. Porque la degeneración, la maldad, la depravación y la suciedad son tales que se desparraman por todas partes. Claro que no todo es así. Y que, afortunadamente, aún hay espacio, lugar y tiempo para lo sano, lo limpio, lo puro y lo bueno. Pero hay tanto de lo otro que, ciertamente, nos enfrentamos a dimensiones completas de nuestra existencia que sería mejor atravesar con una venda sobre los ojos, los oídos taponados y una pinza en la nariz. La degradación moral es tan elevada que ha acabado por producir una insensibilización generalizada muy preocupante, que ha dado lugar a que haya demasiada gente que ya ni siente ni padece ante la barbarie en sus múltiples expresiones. Hasta quien rehúye todo lo perverso de nuestros días, acaba encontrándoselo sin querer. Porque el virus ha contagiado a mucha de la gente con la que nos cruzamos o tropezamos por la calle, y no pocas personas se conducen por la vida de un modo no ya errático sino conscientemente vil. ¿Podemos combatir todo esto de algún modo? Pues yo sigo teniendo esperanza y fe en que así sea. Pensar lo contrario sería profundamente deprimente o desolador, la verdad.

¿Y qué podemos hacer? Pues, por lo pronto, esforzarnos por evitar todo aquello que sabemos que intoxica. Y, luego, proponernos nadar, a diario, a contracorriente, hasta en la expresión de los gestos cotidianos

¿Y qué podemos hacer? Pues, por lo pronto, esforzarnos por evitar todo aquello que sabemos que intoxica. Y, luego, proponernos nadar, a diario, a contracorriente, hasta en la expresión de los gestos cotidianos. Solo con ser educados y amables, en el día a día, estamos haciendo más de lo que pensamos por mejorar las cosas. ¡Cómo no estará todo de contaminado que hay gente que se sorprende cuando se tropieza con personas que simplemente actúan con civismo, de manera correcta y tratando a los demás como les gustaría ser tratadas! La amabilidad es algo que no cuesta dinero ni un gran esfuerzo. Despacharla produce la satisfacción de saberse actuando con bondad hacia los demás. Y ser receptores de ella nos conforta. Entre tanto ruido y tanta alteración, entre tantos gestos y palabras obscenas, entre tanto espumarajo y trato irrespetuoso, la amabilidad se abre paso y alegra un momento de la vida de hasta quien menos podamos esperar. Decir «gracias», «por favor», «con permiso», «qué tenga una buena tarde», o ceder el paso o un asiento y tratar a todo el mundo con consideración y delicadeza son solo pequeños gestos o palabras que pueden parecer insignificantes, pero que, de facto, contribuyen a insuflar mucho bueno en medio de un ambiente un tanto pestilente.

Suscríbete para seguir leyendo