Opinión | A la intemperie

En el centenario de Porrina

Dicen que en el ojal llevaba un clavel y en la garganta un cante limpio, flamenco y macho…

Homenaje a Porrina.

Homenaje a Porrina.

Cada segundo jueves de mes como con amigos. Con los mismos. No basta con juntarse a comer, es obligado cocinar con las manos que Dios nos ha regalado (para cocinar). Durante unos años comimos y cocinamos en el ‘El Sótano’, restaurante que fue y ya no es, memoria que sigue siendo de Badajoz. Cuento esto ahora que se cumple el centenario del alumbramiento de Porrina. Allí, las mismas mesas, las mismas sillas que un día ocupó Porrina, y allí el eco de su presencia, tan gitana y tan de Badajoz. Los tangos son de Badajoz y los gitanos de la Plaza Alta… y el ‘El Sótano’ fue parada y fonda de aquel a quien llamaban Marqués de Porrina. Allí cantó y comió. Allí, más de una y más de dos, sus farras. Allí los amigos y las serranas. Allí las sartenes, las cazuelas y los perolos para mayor gloria de mi tierra extremeña. «Es morenita y pobre, más morena es la canela y la comen los señores».

Por aquel entonces en ‘El Sótano’ reinaba entre la clientela la merluza a la vasca, aunque las perdices en pepitoria conspirasen por ceñir la corona. Pepitoria, palabra sagrada… Platos que a buen seguro cató el cantaor. Pero dicen que al Porra le gustaba por encima de todo el solomillo de cerdo a la plancha con mucho ajo y el tomate con sal gorda. Eso sí, nada de lechuga. Dicen los que no le conocieron que las gambas no sabía pelarlas y al jamón le quitaba el tocino... Por decir dicen que para el pelo no consentía otro ungüento que no fuera aceite de oliva. Dicen y no paran. Que se llamó en el bautismo José Salazar Molina, que fue niño y fue limpiabotas. Que se inventó su propio personaje, que se escondía tras unas gafas negras, que iba siempre hecho un pincel, en el ojal un clavel y en la garganta un cante limpio, flamenco y macho. Dicen y no paran. Dicen que «a la Virgen de la Soledad un clavel se le ha antojao, dicen que ha sido el Porra quien el suyo le ha regalao…».

Dicen los que no le conocieron que las gambas no sabía pelarlas y al jamón le quitaba el tocino

En todo esto pienso mientras me tomo una caña con olivas en la terraza de ‘La Casona Baja’. Solo con mis pensamientos. Y pienso que el kilómetro cero de Badajoz está aquí, a la orilla de ‘La Giralda’, de la Soledad, de ‘Las Tres Campanas’ y de la calle San Pedro de Alcántara que sube a la Plaza Alta… y, a su paso, en una travesía, del solar que fue ‘La Parrala’ y luego ‘Mesón de los Castúos’. Es curioso, hoy, cuando ya todo es ido, justo enfrente, abre uno de los bares de copas más bonito, si no el más bonito, de la ciudad, ‘El Rincón Nazarí’. El ‘Mesón de los Castúos’ era tan solo una taberna, taburetes de palo sus tres patas, en una tinaja un cartel de toros, en una pared, negro sobre blanco, «porque semos asina, semos pardos, del coló de la tierra…», y por allí, de vuelta, el cante y el toque, y, aún hoy, colgado del éter, el verbo de Lencero, Pacheco, Valhondo y Cienfuegos... Y yo aquí, sentado, mientras un gitano de bronce le canta a la Soledad, aquí, a la brisa de este verano que aún tiene piedad de nosotros, me repito por dentro, metida el alma en temblaeras: «que vengo de mi Extremadura, de ponerle a mi caballo de plata las herraduras…».

Suscríbete para seguir leyendo