Espectráculos

Escorrentía

RIO SEVER

RIO SEVER

Mario Martín Gijón*

Hay editoriales emergentes o en auge, y hay otras en decadencia. Pero quizás lo más difícil sea, tras pasar por un bache, recobrar el antiguo brillo. Un caso así de raro me parece que es el de la editorial Huerga & Fierro, llamada así por sus fundadores y propietarios, Antonio Huerga y Charo Fierro. Recuerdo que, como estudiantes, era una editorial de culto para nosotros, en especial la colección ‘La rama dorada’, donde un compañero de carrera y yo nos empeñamos en leer, con esfuerzo digno de mejor causa, el ensayo, más abstruso que profundo, Poema y enigma, de Cuesta Abad, amén de otros más nutritivos y menos indigestos, como El cuerpo de los símbolos, de Antonio Gamoneda.

En los últimos años, la editorial se ha renovado y ha puesto en marcha colecciones como la de narrativa (en estas páginas hablé, hace año y pico, de la notable Caravana española, de Marcos Eymar) o ‘Rayo Azul’, dedicada a la poesía, y donde han aparecido títulos de Concha García, Eduardo Moga o Méndez Rubio. Es en esta colección donde se ha publicado también Ökologie, el último libro de poemas de Miguel Ángel Curiel, de quien ya he hablado alguna vez: nacido en 1966 en Alemania, hijo de emigrantes extremeños, de Jaraíz de la Vera, que volverían después a España y que ahoravive entre Galicia y Talavera de la Reina, con frecuentes incursiones en nuestra región. Hace pocos días, Curiel publicaba en El Diario un breve y bello ensayo titulado ‘Berrocalejo’, dedicado a este pueblo extremeño a orillas del embalse de Valdecañas. Curiel describía un «paisaje duro» en el que sus «sentidos se agudizan» ante la muda interpelación de las piedras.

Ökologie (“ecología” en alemán) recoge un centenar y medio de poemas surgidos de la contemplación atenta, pues como dice en uno de los poemas, «es mi paisaje / de siempre, cansa / la vista y amarlo, / nunca cambia». Ese paisaje es muy reconocible para nosotros: en el poema ‘Extremadura’ se recorren ríos y arroyos tan recónditos como el Ayuela, el «curso quemado» del Sever, el Araya, «río lunar» o el río Salor.

La poesía de Curiel tiene el difícil mérito de no cansar nunca, por mostrar una autenticidad que brota de una pasión insaciable por dar nombre a las sensaciones a pesar de la conciencia de lo limitado del lenguaje

La poesía de Curiel tiene el difícil mérito de no cansar nunca, por mostrar una autenticidad que brota de una pasión insaciable por dar nombre a las sensaciones a pesar de la conciencia de lo limitado del lenguaje, ya que «todas las palabras / son cepos». Esa insatisfacción corre pareja con su apego a «las palabras que agonizan» que pueden ser términos rurales como ‘gallinoso’, del alemán, como ‘Knospe’ (yema de un árbol), o hasta inventadas, como ‘palacra’. Sus poemas parten de una atención que dignifica lo mirado pues, como decía la mística francesa Simone Weil, citada en el libro, la atención absolutamente pura y sin mezcla ya es oración.

Esa atención presta también significado al paisaje, ya sea la escorrentía que deja una tormenta, y que puede servir como metáfora de las huellas que deja un amor, o comoimagen del poema, o la nieve sucia y endurecidaque, con una dureza nacida de la auto-exigencia, puede recordarle sus propios libros.

He leído estos poemas de Ökologie en los días de otoño, quizás la estación en la que el paisaje extremeño se vuelve más hermoso, radiante de verdor y que hace casi olvidar al secarral de meses atrás, y creo que cualquiera que los lea podrá mirar luego con ojos más despiertos, en un país donde la gente suele ser poco sensible al paisaje aunque aquí no se le destruya con la indiferencia de lugares como la Comunidad Valenciana, que denunciaba Rafael Chirbes en sus Diarios y que oponía a la «estática Extremadura». Más que estática puede ser extática en la contemplación mediada por unos poemas que no creen en Dios y declaran que «los ángeles / no existen» pero que por ello admiran aún más la belleza del mundo y disfrutan de «la ligereza de sentirme ajeno».

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