La aparición de paseos, parques o alamedas públicas, para recreo de los ciudadanos, es un hecho relativamente moderno. Tradicionalmente, los únicos que tenían acceso a este tipo de infraestructuras eran aquellos que, por su nivel económico, se podían permitir la existencia de jardines privados que aportaban color y aromas en primavera y frescura en verano. En ciudades como Cáceres, con un importante legado monumental y palaciego, eran las casas señoriales las que disfrutaban de patios y jardines donde recrearse. No será hasta finales del siglo XVIII cuando se crea la primera alameda cacereña, la que discurría paralela a la Ribera del Marco, junto al convento franciscano, que en 1800 es plantada de álamos negros.

En 1852, el Ayuntamiento decide la creación del que sería el primer parque público de la ciudad. Para ello se piensa en el lugar conocido como El Rollo, por haber sido en ese lugar donde estuvo el antiguo rollo o picota, un mojón de granito donde se mostraba el derecho de villanía y se cumplían penas de vergüenza pública. Este lugar había iniciado un proceso de innovación unos años antes, con la construcción de la plaza de toros en 1846 y la posterior edificación, en el cercano cerro del Teso de un polvorín para ser usado como almacén del material explosivo que había en la ciudad, principalmente barrenos y cartuchos de escopeta. Aunque construido en 1850, el polvorín debió de utilizarse poco tiempo, pues en 1855 ya se encontraba abandonado sin uso alguno. Otro aspecto nuevo del lugar elegido para paseo, era la antigua ermita de los Mártires que había sido derruida en el verano de 1852 por ser un estorbo para el lucimiento del nuevo coso taurino. Con los 41.000 reales que se pagan por la antigua ermita caminera se edificará una nueva en el cerro inmediato del Teso, donde aún permanece desde 1860.

La creación del Paseo del Rollo pretende aportar lustre urbano a una villa convertida en capital de provincia, que desea gozar de espacios para el ocio de la población, como era común en otras ciudades de alto rango. La obra del nuevo paseo se realiza en dos fases, bajo la dirección del arquitecto municipal Antonio Jiménez. En la primera se presupuestan 49.000 reales para la explanación del terreno, la creación de un camino de 400 varas de largo y 25 pies de ancho, echar un firme de grava e instalar bancos de granito, así como adaptar para paseo el rectángulo que debía quedar delante de la nueva ermita, entonces llamado el salón y hoy la bandeja. También se construirá un estanque para el riego y quedarán abiertos los agujeros para plantar árboles a una distancia de 14 pies. En una segunda fase se plantan cipreses, acacias, almendros, pinos y sóforas y se remata una verja para el paseo. En 1866 se dotara el salón de barandillas y hasta 1918 no tuvo luz eléctrica, sólo en las noches de verano.

El Paseo Alto, como lo conocemos los nativos del lugar, ha sido espacio para solitarios y para amantes, para niños y para ancianos en su recorrido periurbano, para romerías y festejos. Fue el primer parque público de la ciudad y ahí continúa, como testigo natural de un pasado que lo reclamaba como emblema de modernidad.