70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida

El Brujo siendo El Brujo

Oriente, Occidente, lo de acá y lo de más allá, porque siempre es aquí y ahora y nunca es allí y después, les contamos una historia que no es la historia que cuenta El Brujo porque con El Brujo, como dice Raquel Bazo, pasa como con Raphael: sabes qué va a hacer, pero hay que verlo. Y allá que fuimos, vimos y reímos.

Rafael Álvarez, 'El Brujo', durante la representación de la obra en Mérida.

Rafael Álvarez, 'El Brujo', durante la representación de la obra en Mérida. / Jorge Armestar

Érase una vez una sociedad en la que solo algunos hombres tenían carta de ciudadanía y, por ende, derecho a participar en los asuntos de estado. En esa sociedad había muchos otros que no tomaban decisiones: eran los súbditos. De entre los varones, los había campesinos, herreros; artesanos, en definitiva, de cualquier oficio y los esclavos. También todas las mujeres. 

Nadie se fijaba en las mujeres.

Hasta que llegó Eurípides. A Eurípides le llamaban el enemigo de las mujeres (recuerden Las tesmoforias, de Aristófanes), pero, en realidad, las idealizó y, en realidad, se ocupó de los asuntos que a ellas les concernían: el adulterio (como en la Estenebea), el amor pasional y desmedido (miren a Fedra). En el Crisipo, condenó las relaciones entre hombres y jóvenes, que en su época se consentían mirando a otro lado. Laio viola a Crisipo: Laio era corto, corto, corto y Crisipo era muy guapo, que ya lo dice su nombre, nos contó Rafael Álvarez el Brujo el día del estreno. Digo "el día del estreno" porque lo mismo el resto de los días no habla de Crisipo, que es una historia que, en los últimos veinte años, que son los que yo llevo cubriendo el Festival, no se ha narrado, ni siquiera de pasada. Eurípides hizo que comprendiéramos a Medea. Siempre se destaca lo mucho que Eurípides, el pionero Eurípides, trató de comprender a sus personajes. El público no se lo perdonó. Fue famoso una vez muerto: no tanto en vida.

El Brujo, durante la representación de 'Iconos o la exploración del destino'.

El Brujo, durante la representación de 'Iconos o la exploración del destino'. / Jorge Armestar

Sófocles, cuyo padre fabricaba armaduras (que solo tiene que ver en esta historia el hecho de que el muchacho venía de una familia con posibles), estaba dotado para la música. De hecho, dirigió el coro que entonó el peán que celebraba la victoria griega en Salamina, en la que luchó, por lo visto, Esquilo, justo el mismo año en que nació Eurípides. Nada se sabe de su muerte. Solo que los muertos llegan al Hades una vez enterrados, como todo el mundo sabe y, si no, su alma vaga errante y doliente por los caminos y, por eso, su protagonista más famosa, Antígona, entierra a su hermano Polinices con una fina capa de tierra. Después, muchos años después, se escribiría Antígona González, en el que Sandra Uribe escribió: "Me llamo Antígona González y busco entre los / muertos el cadáver de mi hermano". 

Y luego: "Soy Sandra Muñoz, vivo en Tampico, Tamaulipas y / quiero saber dónde están los cuerpos que faltan. Que / pare ya el extravío. / Quiero el descanso de los que buscan y el de los que / no han sido encontrados. / Quiero nombrar las voces de las historias que ocurren aquí. / ¿Quién es Antígona dentro de esta escena y qué / vamos a hacer con sus palabras? / : ¿Quién es Antígona González y qué vamos a hacer / con todas las demás Antígonas? / : No quería ser una Antígona / pero me tocó".

Antígona para hablar de los desaparecidos. Antígona para hablar de los gobiernos corruptos. Antígona para hablar del amor. El Brujo nos contó a Antígona: la Antígona europea. No las criollas, porque Antígona cruzó el charco y hay una Antígona cubana y otra Antígona con letras de tango.

Sófocles presentaba a los personajes como debían ser. Eurípides, como eran. 

Y no estoy hablando de El Brujo, porque dudo que haya alguien, a estas alturas, que no conozca lo que hace El Brujo. Diré que nos narró historias, de una manera muy divertida y, sobre todo, muy poética, porque cuando se pone poético no hay nadie que le gane. Diré que sus érase una vez me encantan, pero que últimamente repetía los mismos chascarrillos y mezclaba a Esquilo con el Quijote y con El Lazarillo y hasta con el Evangelio según San Juan. En Iconos no. En Iconos sí que nos vuelve a traer su obsesión por la India y el Mahabharata, que es a la India lo que Sófocles y Esquilo y Eurípides a Europa: un texto mitológico fundacional (junto al Ramayana, que creo recordar que no nombró). Lo escribió, parece, Krishna-Dwaipayana, conocido como Viasa, nacido de una virgen que sigue siendo virgen después de concebir y de parir, de qué me sonará a mí esto. En Iconos habla del destino y habla, cómo no, del karma, pero nos cuenta cómo eran Medea, Hécuba, Edipo y Antígona y por allí pasan otros personajes que nos han dictado cómo somos y cómo debíamos ser y qué temas nos van a acompañar por los siglos de los siglos

Érase una vez una obra que se representa en una scaena en la que toca Javier Alejano y en la que Rafael Álvarez se convierte en El Brujo, en un bululú, un juglar, un aedo, proyecta esa voz subyugante, juega con el público, que es su público, y nos sienta junto al fuego (o junto al mar, porque hay conchas de vieiras) y nos dice: “En aquel tiempo…”. Y así comienza su historia, sus historias, que son la nuestra.