Cientos de voluntarios se reparten por Extremadura

Voluntarios de DYA:«La comida es solo una excusa para acercarnos a ellos»

En Cáceres hay aproximadamente 15 personas viviendo en la calle, mientras que en Badajoz la cifra se alza hasta las 40

Según el INE, en Extremadura hay 305 sintecho que deciden pasar la noche en centros de acogida

Voluntarios de la DYA  dialogan con una persona sintecho en la avenida Juan Pablo II de Cáceres.

Voluntarios de la DYA dialogan con una persona sintecho en la avenida Juan Pablo II de Cáceres. / Carlos Gil

Apenas son las 21.00 horas pero Ángela Díaz y Patricia Lara, voluntarias de DYA de 18 y 19 años respectivamente, ya tienen el caldo preparado. El termómetro marca dos grados y el frío se hace notar. «Esto no es nada, hay noches mucho más frías», aseguran mientras separan la sopa del fuego. Por otro lado, Abel Lara, de 23 años, prepara los abrigos, chalecos y el vehículo en el que saldrán a repartir la comida a unas quince personas sin hogar en Cáceres. Es viernes y los tres estudian, podrían quedarse en casa descansando o salir con amigos a dar una vuelta, pero a ellos les llena esto.

De izquierda a derecha, Abel Lera, Patricia Lara y Ángela Díaz, voluntarios de DYA en Cáceres.

De izquierda a derecha, Abel Lera, Patricia Lara y Ángela Díaz, voluntarios de DYA en Cáceres. / Carlos Gil

«Los días que decido ayudar me voy a la cama más feliz. Disfruto mucho haciendo esto», expresa Ángela. La mayoría de los voluntarios de DYA Extremadura no superan los 25 años. Ellos atienden a las personas que duermen en la calle los viernes, sábados y domingos; el resto de días es Cruz Roja quien se encarga de realizar esta labor. La ayuda del voluntariado no solo consiste en repartir comida, sino en atender la situación de cada sintecho y convencerles para que pasen la noche en algún centro. «La comida es solo una excusa para acercarnos a ellos», explica Hugo Alonso, coordinador del ‘Plan Ola de Frío’ de DYA Extremadura. Por su parte, Ángela cuenta que mientras se toman la comida caliente «suelen estar un tiempo charlando con ellos», es una solución para paliar el frío y la soledad que padece la gente que vive y duerme en la calle.

Historias de la calle

Antes de salir, los voluntarios se abrigan y hablan de la ruta que van a realizar. La primera parada de la noche la hacen en una nave abandonada de la avenida Juan Pablo II de la capital cacereña. Ahí les espera Giorgio, un chatarrero de unos 60 años procedente de Rumanía que pasa la noche en ese local junto a Silvano, al que es habitual verle pidiendo monedas en el paseo de Cánovas. Giorgio muestra a los voluntarios dónde va a pasar la noche y esto a ellos les causa preocupación, ya que se refugia del frío en un habitáculo pequeño en el que duerme con la puerta cerrada y un calefactor que en cualquier momento podría salir ardiendo. No sería la primera vez que sucede; precisamente ellos vivían en los antiguos depósitos de Campsa antes de que explotaran decenas de bombonas de butano y falleciera la perra de Georgio calcinada. 

Voluntarios de la DYA atendiendo a Giorgio en la habitación en la que pasa las noches.

Voluntarios de la DYA atendiendo a Giorgio en la habitación en la que pasa las noches. / Carlos Gil

La segunda parada, la estación de autobuses. Ahí el voluntariado consigue convencer a Francisco para que pase la noche en el Centro de Emergencia Social (CES). Francisco no ha ido porque le han contado que días antes ha habido una pelea:«Yo solo quiero estar tranquilo», expresa. A los que no logran convencer es a tres sintecho que duermen junto a la dársena 18 de la estación. Uno de ellos es Cristóbal, de 61 años, asiduo a este lugar. Cuando amanece pide en la puerta del supermercado Día de la barriada de Moctezuma.

Cada parada va rompiendo estereotipos de quiénes son esas personas que terminan sin un techo donde pasar la noche. Como el caso de Manuel, un hombre mayor con problemas de movilidad reducida que duerme en su furgoneta. Manuel nació en Guadalajara y llegó a los servicios sociales después de que los estudiantes con los que convivía llamaran a la policía por su falta de aseo. Tras irse de dos residencias, ha hecho de su vehículo una casa, con su sistema de placas solares, su infiernillo y perfectamente equipada por dentro. «Es muy independiente, va y viene a los sitios consiguiendo que la gente le empuje en su silla de ruedas», explica Miriam López, la educadora social del Instituto Municipal de Asuntos Sociales (IMAS) que llevó su caso. Debido a su incapacidad, Manuel fue valorado por la fiscalía, pero «al estar en perfectas condiciones mentales es él quien elige estar en la calle», añade la educadora social. 

Voluntarios de la DYA atendiendo a Manuel desde la furgoneta en la que vive.

Voluntarios de la DYA atendiendo a Manuel desde la furgoneta en la que vive. / Lucía Montero

Por último, antes de llegar a la sede, los voluntarios atienden en la avenida Moctezuma a Antonio. «Qué horas son estas», refunfuña al verlos llegar. Él está acostumbrado a ser el primero en recibir el caldo caliente, pero esta noche es el último. Antonio es de Cartagena y la calle es su hogar desde hace tres décadas. Lleva diez años en Cáceres y es conocido por todos los vecinos. «Yo soy un hombre bueno, ni robo ni muerdo. No voy a una residencia porque quiero estar tranquilo», dice. Antonio acumula enseres y los tapa con varias mantas «para que nadie se los robe». Sin embargo él duerme en el suelo y tan solo utiliza una manta para arroparse. La comida caliente esa noche le viene bien, aunque él está más interesado en hablar con los voluntarios e intentar engatusarles con sus conversaciones para que no se vayan. 

El por qué de vivir en la calle

«Generalmente las personas que están en la calle o tienen un problema de salud mental que les ha llevado a estar en la calle o estar en la calle les ha llevado a tener un problema de salud mental», explica Miriam. En situaciones normales, hay más hombres que mujeres porque el consumo de estupefacientes (una de las causas) suele ser más frecuente en el género masculino. «Las mujeres se dejan ayudar más porque les da miedo estar en la calle», apunta. Y es que ellas tienen una doble situación de vulnerabilidad social por el hecho de ser mujeres y estar en la calle. «Hemos tenido chicas que han sido agredidas sexualmente», cuenta apenada.

Cobrar ayudas tampoco es la solución definitiva para las personas que se encuentran en la calle. Para recibir el ingreso mínimo vital, la renta extremeña garantizada o las ayudas del ayuntamiento deben estar empadronados donde vivan y tener abierta una cuenta bancaria y una dirección para notificar. Gracias a la labor de los trabajadores del IMAS, la mayoría consigue recibir un ingreso, pero siguen sin poder acceder a una vivienda porque nadie les alquila ni siquiera una habitación. «No tienen ingresos suficientes para justificar que vayan a estar pagando», explica la técnico del IMAS. «En el caso de los extranjeros, vienen buscando una vida mejor y no les sale bien porque al intentar arreglar los papeles, se quedan en un limbo administrativo que no les permite el acceso a ayudas ni a trabajo», añade.

Según Miriam, desde la pandemia, con la inflación y además del aumento de la inmigración, «cada vez hay más personas viviendo en la calle». La mayoría son españoles, pero los extranjeros suelen ser procedentes de países como Colombia, Venezuela, Rumanía y Marruecos. 

En Extremadura hay 305 personas sin hogar que utilizan centros de acogida para pasar la noche, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Durante este año, en el Centro Vida de Cáceres se han acogido a 103, 93 hombres y 12 mujeres, completando un 99% de la ocupación total. A su vez, el CES ha ofrecido alojamiento a 115 personas, de las cuales 27 fueron derivadas al Centro Vida posteriormente. La ocupación de este centro ha sido del 80% durante todo el año. 

En Badajoz

En la capital pacense, la comida caliente la reparten entorno a  30 voluntarios de Cruz Roja. Uno de ellos es Manuel Navarro, de 69 años, que lleva colaborando con Cruz Roja desde su jubilación. «Gracias a Dios la vida me trató muy bien y trato de devolverle lo que ella me dio a mí», explica. Como Manuel prefiere «estar ayudando que viendo la televisión en el sofá», todas las noches se pone el uniforme rojo y sale a entregar abrigo y comida caliente a las personas sin hogar. Estos días está haciendo mucho frío por las noches y él cuenta que la pasada noche un compañero «llegó tiritando a casa».

En Badajoz atienden a unas 40 personas que noche tras noche duermen en plena calle. Cifras que según el voluntario de Cruz Roja han ascendido: «Antes había entre 25 y 30 personas», recuerdan. La comida la hace un catering y los platos suelen ser arroces, ensaladas, frutas y yogures. «Empezamos a repartir sobre las 21.00 y nos dan las 2.00 repartiendo alimentos. Si regresamos antes es porque se nos ha acabado la comida», narra Manuel. Pero no es el único servicio que dan. Además de la comida, el voluntariado les reparte sacos de dormir e informa a las personas sintecho sobre los recursos que tienen a su alrededor (dónde se puede desayunar, comer, darse una ducha y conseguir algo de ropa). «El año pasado repartimos 150 sacos de dormir porque la gente que está en la calle no los suele cuidar. Se levantan, se van y cuando regresan ya no les queda nada», explica. 

El trabajo que realizan es agradecido por las personas que habitan la calle. «Nunca hemos tenido problemas con ellos, al revés, respetan mucho nuestra labor y cuando nos ven fuera de servicio nos saludan con una amabilidad tremenda», expresa emocionado. Las situaciones que se encuentran en la calle no siempre son fáciles de asimilar. «Ves a una mujer semidesnuda, que se está muriendo de frío, pero que aún así no suelta la botella de alcohol de la mano. Te impacta que pueda tener esa adicción tan fuerte», confiesa. Es por ello que una de las reivindicaciones que hacen al ayuntamiento es que dejen pasar la noche a estas personas en el albergue del Revellín. «Es una contradicción que ahora mismo esté disponible para la gente de todos los lados menos para la de Badajoz», subraya.

Las cifras de personas en la calle aumentan año tras año, los centros de acogida en Extremadura no tienen tanta capacidad y son muchos los que terminan durmiendo en la calle, muchas veces por decisión propia. Al menos, voluntarios como los de Cruz Roja y DYA ayudan a paliar el frío y la soledad de quienes se quedan sin recursos.