Entrevista | Rubén Montoya Autor del libro ‘Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos’

Rubén Montoya: «Volver a Pompeya es como volver a casa»

Rubén Montoya es doctor en Arqueología Romana por la Universidad de Leicester y actualmente desarrolla un proyecto de investigación sobre Pompeya y otros yacimientos arqueológicos del área vesubiana en el Real Instituto Neerlandés de Roma. De todo ese trabajo y de su curiosidad surge el libro ‘Pompeya. Una ciudad romana en 100 objetos’ (Editorial Crítica, 2024), sobre la vida y la muerte de una ciudad romana única. A través de cada objeto, esta obra, que ha tenido gran acogida, invita a un viaje de redescubrimiento de una Pompeya escondida a ojos de cualquier turista que pueda pasear entre los miles de edificios vacíos que, aun en ruinas, sobreviven al tiempo.

Rubén Montoya en una fotografía tomada en la Casa del Frutteto.

Rubén Montoya en una fotografía tomada en la Casa del Frutteto. / CEDIDA

La erupción del volcán Vesubio sobre el año 79 de nuestra era enterró, entre otras ciudades, bajo varios metros de piroclastos y cenizas, la ciudad de Pompeya. ¿Qué no se puede desenterrar?

Dentro de la muralla queda un tercio de la ciudad bajo material volcánico. Fuera de la muralla, quedan miles de estructuras y localidades que articulaban el territorio. No podremos desenterrar todo porque seguimos habitando la zona, e influyen otros factores. En arqueología, las excavaciones responden a objetivos concretos y todo lo excavado tiene que ser consolidado y protegido. Además, excavar conlleva destruir un contexto que no podrá ser recuperado. En Pompeya, por ejemplo, es difícil hallar muebles de madera, ya que ardieron; recientemente podemos observar cómo se recupera la impronta de cambas, lechos y mobiliario. Sin embargo, en Herculano es más fácil recuperar piezas de madera. Hay muchos elementos como tejidos u otros objetos que son difícilmente recuperables en el contexto de Pompeya, aunque tenemos evidencia parcial. Todo esto nos lleva a considerar la falsa premisa pompeyana, como la conocemos los investigadores. Es decir, Pompeya no está congelada en el tiempo, sino que durante horas sufrió la destrucción de la erupción, y posteriormente el pillaje, y lo que recuperamos no es una fotografía intacta de ese fatídico día.

100 imágenes para una ciudad que, en el imaginario colectivo, alberga miles y miles de imágenes que quizás nunca llegaron a existir, ¿por qué se convirtió Pompeya en un mito?

Pompeya reúne una serie de características que la han llevado a posicionarse como la ciudad romana más admirada y visitada desde su descubrimiento. Y su fama sigue en aumento. No importa el grado de conocimiento que el visitante tenga..., su magia y encanto fascina a quien recorre sus calles y rincones más ocultos. Y esto se debe a tres componentes esenciales. En primer lugar, su excelente estado de conservación, que permite adentrarnos en sus ruinas y trasladarnos, por momentos, a la antigua Roma. En segundo lugar, el impacto que el descubrimiento de esta ciudad tuvo en el siglo XVIII y su la fascinación y expectativa generada en el imaginario colectivo. En tercer y último lugar, y no por ello menos importante, sino relacionado con los dos anteriores, el componente trágico de la catástrofe. A partir de su descubrimiento oficial en 1748, estos componentes pusieron en marcha la maquinaria del imaginario colectivo y Pompeya pasó a ocupar todas las facetas del mundo antiguo y a dejar su impronta en las artes (pintura, literatura, escultura...). La fascinación por observar un pasado cuasi intacto catapultó a Pompeya a la fama legendaria.

¿Por qué Pompeya? ¿Y cómo pudo resumir todo lo acontecido en 100 imágenes?

La conexión que experimenté con Pompeya, desde que puse mis pies en la ciudad romana, fue especial y única. Con 19 años, excavar en Pompeya supuso un antes y un después en mi vida. Es como cuando te gusta alguien, te enamoras, y los sentimientos los tienes por una persona en particular. Sucedió. Y sigue latente desde 2010 hasta el momento en el que estamos hablando. A lo largo de este tiempo Pompeya ha sido un sitio al que he vuelto varias veces al año, durante meses o semanas. Además, he tenido el privilegio de pasar horas y horas a solas en muchas de estas mansiones romanas. Creo que todo fue confluyendo hasta decidir escribir esta historia. La estructura de los 100 objetos, haciendo justicia a mi amor por la cultura material, permite una narración ligera y estructurada que llegue a un público más amplio. A mí me interesa, sobre todo, transmitir la historia a la sociedad, por eso adopté esta estructura. Más que resumir, tuve que hacer un ejercicio constante de encontrar el balance entre el rigor y la divulgación. Podría haber escrito una enciclopedia..., o incluso un libro mucho más ligero, pero no estaría reflejando ese punto medio. De hecho, podría haber elegido otros objetos –la elección no fue fácil–, pero más que objetos en sí, quería que fueran estos los que marcaran el ritmo a una narración que cubriera toda la vida del yacimiento.

¿Qué se siente en esa Pompeya que ahora descubrimos?

Las sensaciones son diferentes cada vez que me adentro en Pompeya. Es una ventana a mi pasado, al pasado de la humanidad, pero, además, me permite reflexionar sobre el presente y también sobre el futuro. Caminar por las calles y adentrarme en sus casas me hace sentir que los planos temporales son relativos..., y eso me transmite tranquilidad. Volver a Pompeya es como volver a casa. Hoy en día Pompeya nos permite observar cara a cara los últimos momentos de vida de una ciudad antigua, lejana en el tiempo, que nos enfrenta a la angustia, desolación e imprevisibilidad de los desastres que arrasan con miles de vidas humanas. No importa el tiempo que haya pasado. Este acercamiento a los últimos minutos de vida de la ciudad y de sus habitantes se ha hecho más latente a través de la digitalización y las redes sociales, que nos permiten una excavación cuasi en directo de la ciudad, siendo testigos, a nivel global, de esos últimos momentos de vida y actividad antes de una agónica muerte. Gracias a la política abierta del propio parque arqueológico, podemos asistir, en directo, a las excavaciones y a los descubrimientos más recientes, siendo espectadores y partícipes de la historia. Y creo que eso tiene algo especial que fascina a cualquier tipo de público.

¿Hay algún objeto que a su juicio pueda englobar todo lo que allí ocurrió?

Cada objeto es único en sí mismo y tiene muchas historias que contar, pero si tengo que escoger alguno, me quedaría con el espejo en plata que presento para hablar de la belleza femenina. Los objetos dicen mucho de nuestra identidad y, para mí, un espejo, es uno de los objetos más sinceros para contar una historia que contiene infinitas identidades. Mi historia de Pompeya, subjetiva, como la belleza misma, ha atisbado numerosas identidades y realidades desde mi perspectiva personal..., y las ha presentado a través de mi experiencia de estudio sobre el mundo antiguo. Un espejo, de manera similar, reflejaría la imagen de quien se observa en él..., una imagen que cambiaría en función del material del que estuviera hecho el mismo. Ovidio afirmaba: «No hay un solo tipo de belleza; que cada una elija la que mejor le siente, consultando primero su propio espejo». Y con esta frase quiero indicar que, a pesar de elegir el espejo para ilustrar la subjetividad de las identidades y las elecciones personales, no hay un solo objeto que pueda elegir, sino múltiples maneras de aproximarnos a cada uno de ellos. Y me gustaría invitar al lector a que se sumerja en mi selección de 100 objetos y reflexione sobre esta idea: ¿Qué objeto elegiría? ¿Hay algún objeto que le transporte a una realidad que no he presentado o plasmado en el libro?

«Aunque no podamos cambiar nuestra historia, existen mil maneras de aproximarnos a ella, redescubrirla y reescribirla» ¿Estamos preparados para hacerlo?

Creo que estamos en camino. Son múltiples las reinterpretaciones y relecturas de la historia en general: a través de perspectivas de género, por ejemplo. Lo que conocemos, o creemos conocer, es el resultado de una narrativa escrita desde unos sesgos concretos sociales y culturales. Cualquier aproximación diferente nos llevará a un redescubrimiento y reescritura del período o evento que estemos observando. Y creo que es algo urgente y necesario para conocer otras realidades, dar voz a historias silenciadas y a cercarnos más a ‘la Historia’. 

«El anillo que con tanto orgullo mostraba Carlos III era una antigüedad que se remontaba al mítico Imperio Romano, un mundo fantástico de dioses, guerras, cultura, filosofía, deportes y arte aún por descubrir. Lo había hallado él mismo en las excavaciones de Pompeya y lo portaba consigo allí adonde fuera como garante y guardián del pasado romano que su reinado estaba desvelando al mundo. La entrega de este anillo antes de partir a España simbolizaba el respeto a un patrimonio que no le pertenecía» ¿Qué opina de la política, que desde el Ministerio de Cultura quiere llevarse a cabo, de descolonización?

La política a la que usted se refiere tiene que comprenderse dentro del contexto internacional de descolonización que están llevando a cabo museos e instituciones culturales de otros países. Podemos nombrar los bronces de Benin y cómo algunas instituciones británicas ya han devuelto a Nigeria algunos ejemplares; o los tres fragmentos de esculturas del Partenón devueltos por el Vaticano a Grecia. La descolonización de los museos y la diplomacia cultural, en la mirada de muchos a raíz de las declaraciones desde el Ministerio de Cultura de hace unos meses, requieren de equipos de trabajo coordinados que, lejos de ‘vaciar los museos’, como puede hacerse creer a nivel mediático, comprende numerosas prácticas de relectura cultural y reescritura de las dinámicas hasta ahora establecidas... Un proceso complejo y lento. Como historiador y arqueólogo, confío en que estas nuevas aproximaciones y relecturas descolonizadoras, llevadas a cabo por excelentes profesionales, nos van a permitir, como sociedad, conocer mejor nuestra historia.

Escribo esta entrevista desde Mérida, ‘Emérita Augusta’, ¿conoce la ciudad?

Conozco Mérida y su historia a lo largo del tiempo. Para mí, visitar Mérida es como viajar a Roma fuera de Roma. Como capital provincial de Lusitania, y luego de la diócesis de Hispania, la ciudad de Mérida tiene una impronta romana en todos sus rincones. Es un ejemplo de integración del patrimonio de la vida urbana..., y, como amante de la antigüedad, me permite aunar esos planos temporales del pasado, el presente y el futuro. El patrimonio emeritense en sí mismo es una ventana a la historia de la Península Ibérica.

Gracias al yacimiento arqueológico tartésico, El Turuñuelo, Turuñuelo de Guareña o Casas del Turuñuelo, estamos conociendo nuestra propia historia... Podemos decir que Extremadura es una región imprescindible desde la propia arqueología, para conocer nuestro mundo...

Por supuesto. Conocer nuestra historia conlleva considerar todas las regiones que componen la Península Ibérica. En este caso, Extremadura nos está legando datos únicos para un período que hasta ahora no había aportado este tipo de información. Pensemos que se trata de un puzle... Extremadura nos está legando una pieza única y necesaria, imprescindible, para conocer la realidad completa de la historia de la Península Ibérica en un momento concreto de cambios y contactos de diferentes pueblos y culturas. 

Conociendo el pasado no cometeremos los mismos errores. Tal y como está el mundo, ¿ya no le suena un poco utópico?

Más que conocer el pasado para no cometer los mismos errores, yo creo que necesitamos conocer cómo reacciona la sociedad ante ciertos eventos del pasado. Conociendo cómo respondemos ante situaciones imprevistas o ante ciertos escenarios, nos permitirá saber cómo reaccionar ante eventos presentes o futuros, o cómo reaccionará el otro, y así anticiparnos o cambiar la narrativa o seguir repitiéndola. n