CRÍTICA

Muy lúcido montaje de ‘El alcalde de Zalamea’

Imagen de 'El alcalde de Zalamea'.

Imagen de 'El alcalde de Zalamea'. / Teatro Corsario

Miguel Fresneda

El grupo teatral pucelano Corsario, veterano en nuestro Clásico, desarrolló de forma sobria y convincente el importante drama de honor El alcalde de Zalamea, de la primera época de Calderón, muy influido por el genial Lope de Vega, quien tiene otra obra anterior y del mismo título, pero con más personajes y más aire folklórico y lírico popular.

La versión que tuvimos la suerte de contemplar fue bastante fiel al texto calderoniano, muy bien dirigida por Jesús Peña, situando bien en escena a los ocho actuantes: Javier Bermejo, Pablo Rodríguez, Luis Heras, Raúl Escudero, Alfonso Mandiguchía y en el papel de Isabel a la hija del alcalde, la muy guapa y honesta Teresa Lázaro: estuvieron muy bien caracterizados, de acuerdo con los atuendos barrocos de mediados del siglo XVII, aunque el contexto histórico de la trama sea medieval.

Como atrezzo solo desplegaron una mesa para cenar y un lecho clásico, donde Isabel primero es requerida y halagada con piropos y caricias y posteriormente violada, siendo ella muy obediente al autoritario padre, que le conminó a casarse con el capitán, para así lavar el malhadado suceso, perpetrado por el capitán Álvaro de Ataide, militar muy arrogante , despectivo y cruel con la familia que le acogió y solo siguiendo el patrón medieval del derecho de pernada, como desahogo erótico con los villanos o criados. El hermano de Isabel Juan Crespo, que aspiraba a enrolarse en la milicia , como forma de medro personal, se mostró de forma muy impulsiva y de acuerdo con las leyes del honor, se aprestó a asesinarla, si no hubiera sido por su padre que se lo impidió y después perdonándole tan bien intencionada pero cruel decisión; esta controversia de procedimientos judiciales que mantuvieron el General don Lope de Figueroa con el alcalde Pedro Crespo sobre si juzgar al capitán por un tribunal militar o por lo civil o sea por el alcalde la acabó dirimiendo el rey Felipe II, que también se hallaba de paso y alojado temporalmente en Guadalupe, quien le da la razón al famoso y justiciero alcalde diciéndole: “aunque erraste en lo de menos, pero acertaste en lo principal”.

Por esta razón el capitán quedaba definitivamente condenado a estar encadenado y así purgar por largo tiempo su osada fechoría. Por cierto la efigie del rey quedó algo difuminada entre nubes de humo y una voz en off.

Se llevó a cabo muy brillantemente la interpretación de los ocho actuantes, tanto los tres familiares, especialmente la del alcalde y su hija, así como los dos militares de alta graduación, incluido el gracioso Rebolledo. Hubo mucho contraste entre escenas festivas o folklóricas con algún toque de humor y las muy tensas, confiriendo al drama una gran intensidad emocional, que se tradujo al final en un prolongado y entusiasta aplauso por tan redondo espectáculo.