Comprendiendo la realidad

¿Qué nos enseña hoy Ortega y Gasset en su obra ‘La rebelión de las masas’?

Una cumbre con mandatarios internacionales.

Una cumbre con mandatarios internacionales. / AP

Domingo Barbolla Camarero

Domingo Barbolla Camarero

Fácil es -en el libro- ver la realidad de su tiempo y del nuestro. Si en la primera parte del mismo muestra que el siglo XX en fruto básicamente del crecimiento histórico de los siglos XVI al XVIII, en los descubrimientos de la investigación científica, la tecnología que conlleva y el liberalismo político materializado en la Revolución Francesa y en la Americana. Se multiplican los bienes disponibles y con ellos los hombres que conforman Europa. Eso mismo se extiende a otros países que siguen los pasos que representó la hegemonía del poder europeo. Esos siglos forjaron la visibilidad de una Europa plural y en libertad, la misma que supo “conquistar” el mundo; mandar, ordenar la realidad del resto de países une vez unificado.

Los hombres arrogantes como nunca, pudieron disfrutar de un tiempo privilegiado en comparación con otros de la historia; pero la abundancia no supuso grandeza interior, autonomía y nobleza, más bien mediocridad, abandono en el esfuerzo y su consiguiente rebeldía hacia todo aquello que no representara lo igual a él. Nació el hombre masa que Ortega denuncia una y otra vez en el texto y con él la pérdida de horizonte que fraguó Europa. Hombres sin necesidad de razón que abalasen sus decisiones y las de los otros se convirtieron en los “niños mimados” que nos relata Ortega. Europa, la que desde el siglo VI había conformado una identidad plural y reconocida en la propia diversidad, quedaba sin horizonte, sin meta que mostrar al mundo. Los hombres europeos se han acostumbrado a que lo conseguido por la historia en siglos les parezca “natural”, preñado por la propia naturaleza sin el esfuerzo del hombre. El hombre europeo ha buscado derechos y no obligaciones y con ello ha perdido el poder que mantuvo vigente en el mundo. Esta pérdida de poder, como dice Ortega -el desplazamiento del poder-, trae consigo una pérdida del espíritu -un desplazamiento del espíritu-. Y en el tiempo que analiza a principios del siglo XX, Europa parece haber abandonado el poder y con ello el orden del resto del mundo. La respuesta fue un “desorden” generalizado, pasando este por varias etapas: alegría de los mandados, fuerza bruta imperante ante el desorden, rebelión en y fuera de Europa.

Durante tres siglos Europa ha manda en el mundo y en el tiempo de Ortega no vio un espíritu que le sucediera, ningún Estado que encarnara lo nuevo, la nueva forma de conformar voluntades. Lo intentaron el nacionalismo nazi y el comunismo soviético, ambas formas arcaicas de afrontar lo nuevo. Ortega mantuvo que el nuevo espíritu que gobernara el futuro debería preservar el espíritu del liberalismo. Difícil expectativa para un tiempo en el que el hombre masa conforma la opinión, la define y articula su instrumento favorito: el Estado. Y con el la tiranía de lo vulgar frente a la nobleza del esfuerzo. Hoy, en nuestras democracias consolidadas, el hombre masa relatado por nuestro autor sigue siendo -más que nunca seguramente- el espíritu que subyace a la estructura frágil de un mundo a la vez convulso en donde nadie tiene razón, tan sólo la razón de Estado. Europa no manda, sus ideologías parecen haberse agotado y son otros quienes intentan formular la realidad del conjunto, de ahí la misma guerra que tenemos presente en Ucrania. Si bien Europa se prolonga en los EE.UU, tampoco él impone el orden que convence y respetan los demás estados.n

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