Abrecaminos

Santuario de la Virgen de la Montaña

Imagen del santuario de la Virgen de la Montaña.

Imagen del santuario de la Virgen de la Montaña. / rafa rubio

Rafa Rubio

Hablar en Cáceres de la Virgen de la Montaña, nos lleva a un sentimiento atávico difícil de explicar, que trasciende lo religioso. Se puede ser ateo e invocar a la Montaña para pedir este o aquel favor o simplemente dar las gracias por una feliz circunstancia. En las postrimerías de la Sierra de de la Mosca, se encuentra la ermita o santuario de la patrona de la ciudad. Su festividad, el primer domingo de mayo, es para muchos principio y fin del año cacereño. Pues bien, ahí nos dirigimos desde la Plaza Mayor, atravesando el en viaje del Arco de la Estrella y dirigimos hacia Fuente Concejo a través del barrio judío de San Antonio, que para ser judío tiene un nombre de lo más católico, el santo más rápido en ser santo. Subir la cuesta de San Marquino, da tiempo a darse la vuelta en uno de los miradores cuajados de árboles y contemplar una imagen bastante iconográfica de Cáceres asomándose a la Ribera del Marco, un canal natural con ínfulas de río que bebe del Calerizo, una inmenso mar de agua dulce bajos los pies de la ciudad. Pues bien, desde ese mirador uno recuerda a otro similar en Granada, el mirador de San Ignacio que tiene una de las postales más bellas del mundo, la Alhambra y el barrio del Albaicín. El mirador de San Marquino, salvando las distancias, se le parece y por eso es muy recomendable.

El recorrido, cuesta arriba, siguiendo el camino humanizado nos lleva a sentir la inmensidad de los llanos de Cáceres, una explanada enorme en donde el relieve se intuye al final del horizonte. Estamos en el centro de Extremadura, otrora zona fronteriza con los paisanos musulmanes que tanta huella nos han dejado.

Dice la leyenda que Francisco de Paniagua, fue el descubridor de la Virgen y de su recuerdo encontramos un busto en uno de los recodos del camino, justo al llegar a la explanada de la ermita (o santuario) donde encontramos las siete letras. Un Cáceres con un azul turquesa, en evidente homenaje a la iconografía colorista de la Virgen de la Montaña. Llegar allí y no visitar el interior de la ermita es pecado. Buenos sin exagerar, es una oportunidad que no hay que dejar de pasar. El retablo dorado, plagado de bustos de angelitos y angelotes, recuerda el “horror vacui” del barroco. Eso de no dejar ni un hueco sin decorar o pintar…