El ejemplo de un joven emprendedor

El pintor de Cáceres que dice adiós al gotelé

Jugó en la calle Hornillo y recibió sus primeras lecciones en El Madruelo. De allí al Delicias, el Hernández Pacheco, el Norba y el Ágora. Ismael Martín Arias ha creado su propia empresa y ha sabido llenar de colores el mejor de sus sueños

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

La suya fue la última promoción que estudió en el colegio del Madruelo, un año antes de que cerraran aquel centro escolar del corazón de la Ribera que tantas porciones de queso americano y leche condensada dio a los niños cacereños de la posguerra. Ismael Martín Arias se crió en la calle Hornillo, a los pies de Caleros, y fue de esos chavales que aún jugaban en la calle al fútbol y al escondite cuando la parte antigua estaba plagada de familias con retoños que crecían en libertad y no encadenados a la dictadura del teléfono móvil.

Llegó al mundo un 19 de febrero de 1992, justo el año en el que Cáceres había sido designada Capital Cultural de Extremadura y España se rendía a las Olimpiadas de Barcelona y a la Exposición Universal de Sevilla, mientras nuestra región se convertía en centro neurálgico de los fastos del V Centenario del Descubrimiento de América y Gerard Depardieu rodaba en San Jorge ‘1492’, inmortalizando a Cristóbal Colón después de que el ayuntamiento diera el visto bueno a que la fachada de la Preciosa Sangre se encalara de blanco.

Desde entonces, el mayestático templo de la ciudad monumental está pintado de ese color, el mismo que ahora se ha puesto de moda en todas las casas cacereñas. Bien lo sabe Ismael, que ha hecho oficio de su vocación: ser pintor, o más bien que ha logrado tener su propia empresa, ‘Pinturas Ismael Martín’, y darse cuenta de que en la vida no hay límites si te propones con firmeza cumplir tus sueños.

La familia

Hijo de Eladio Martín Guerra, un gruísta de la construcción natural de Sierra de Fuentes, y de Purificación Arias Cano, ama de casa de Torre de Don Miguel. Curiosamente, la hermana de su padre está casada con el hermano de su madre, «de manera que tengo tíos dobles», dice Martín con su contagioso sentido del humor.

Ismael creció en el seno de una familia de cuatro hermanos. Entre juegos infantiles con Ángel, Daniel Jaén y Pepo, que ahora está trabajando en Atrio, llegó al Delicias, donde daban clase doña Rosi, Julio (que era el de Inglés), Pedro Jesús (de Religión) y Adrián, que impartía Educación Física. Compartía recreo con Sergio Muriel, Jorge Jardín y Juan Luis Aparicio.

Luego se fue al Instituto Hernández Pacheco, «a la gama alta» (tira de nuevo de ingenio), con docentes como Mariano Gaite, Paloma (la de Francés), Laura del Castillo (de Inglés, y su tutora), Tasio, que era el de Tecnología, y Julio Peña, de Conocimiento del Medio o Ciencias Naturales (más risas). Allí conoció a Pablo Rodríguez, Carlos Arroyo, Abel Domínguez, María Casco, a caballo entre el aula y la cafetería, que llevaba Paco, y que preparaba bocadillos de lomo, y de panceta (para los elegidos, como él).

Del Pacheco, al Norba, con Santos Domínguez, que era el profe de Lengua y es escritor («una eminencia ese hombre»), y Ana León, que daba Economía «y que marcó -confiesa- mi hoja de ruta».

Ismael puede presumir de haber sabido cultivar la amistad. Y entre los amigos que conoció cita a Fernando Mayoral, Guillermo Cano, Marta Mejías, Raúl Fernández y Alberto Manzano. No olvida la cafetería, que llevaban María y su marido, con los bocatas de bacon y queso, y el de tortilla de patatas, «que era el producto estrella» .

Fueron años de salir por la plaza; al Oxígeno, el Ozono, la Divina Comedia, Farmacia, Aquelarre y Belle Epoque. Luego se subía a La Madrila y se pasaba por la Down, El Machiavello y El Rita. Y la discoteca Bahía, o el Aires, aquel pub del Perú que una Nochevieja terminó ardiendo y hubo guerra por los abrigos en el guardarropa.

Ismael continuó sus estudios realizando un módulo de Informática en el Instituto Ágora. Un buen día comenzó a trabajar en la empresa de construcción de su hermano y después de diez años ha dado el salto y se ha independizado. «Me dedico a pintar casas y el negocio va de maravilla. Los principios son complicados y me estoy dando a conocer, pero estoy muy satisfecho», relata.

«Lo que ahora la gente quiere es quitar el gotelé. Normalmente optan por pintarlo todo de blanco o usar colores pastel, claritos; el verde provenzal está muy de moda. También laco puertas. Lo que más se demandan son las puertas blancas», narra durante un descanso para esta entrevista.

Lanza una sonrisa y se despide. «Cuando abran el chiringuito del Paseo Alto hay que ir a tomarse una cerveza», apremia Ismael Martín Arias, el joven que sabe pintar con los mejores colores el corazón de la gente que quiere.

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